Cada 20 de noviembre, los mexicanos conmemoramos el inicio de la Revolución que dio paso a una nueva etapa en nuestro país, marcando el final de una dictadura que duró más de 30 años, liderada por el político y militar, Porfirio Díaz.
Los hechos históricos ocurridos durante el periodo de 1910 a 1920 ocasionaron una transformación política, social y cultural en nuestro país, pero también dejaron un legado en otros ámbitos como el de la arquitectura, dejando de lado la influencia europea que caracterizó el estilo arquitectónico del Porfiriato y emprendiendo la búsqueda de construir una nueva identidad nacional basada en un estilo neocolonial creado a través de un movimiento nacionalista.
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En este artículo analizaremos las principales características de la arquitectura posrevolucionaria y la evolución en el diseño de los edificios que marcaron el paso de la época del Porfiriato a una era moderna que buscaba expresar la riqueza cultural y nueva la identidad de México.
Pero antes de adentrarnos de lleno a las características de la arquitectura nacionalista mexicana, es importante conocer el contexto del estilo que la precedió, el Porfiriato.
Arquitectura del Porfiriato (1876-1911)
Este periodo en la historia de México se extendió desde finales del siglo XIX hasta mediados de 1911, se caracterizó por la dictadura del expresidente Porfirio Díaz, quien impulsó la inversión extranjera, el desarrollo de los ferrocarriles y la construcción de grandes infraestructuras.
La arquitectura del Porfiriato reflejó el auge económico de México y la influencia arquitectónica de los países europeos, principalmente de Francia e Italia con edificios emblemáticos que buscaban mostrar a México como un país moderno y en vías de progreso.
Entre las obras más importantes que se construyeron durante la dictadura de Díaz se encuentran el Palacio Postal, el Edificio Boker, el Teatro Juárez y el Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas, mientras que el Palacio de Bellas Artes, y el Monumento a la Revolución fueron dos obras iniciadas durante su mandato que fueron interrumpidas por el movimiento armado y posteriormente fueron retomadas al terminar la Revolución.
La arquitectura de esa época mostraba estilos muy marcados por su eclecticismo, pues se combinaban elementos de diferentes corrientes históricas como el neoclásico, barroco y renacentista en una misma construcción, siendo también el Art Nouveau y el Art Decó de los principales, creando edificaciones públicas y privadas que destacaban por su ornamentación y magnificencia, más que por su funcionalidad.
A su vez, se les daba prioridad a los materiales importados por su alta calidad, como el mármol, cantera y el hierro forjado provenientes de Europa.
Esta mezcla de estilos y opulencia fue mal vista por algunos mexicanos detractores del gobierno porfirista, pues criticaban que eran construcciones enfocadas a la clase alta y a las cúpulas del poder y que representaban la opresión de la élite sobre la clase baja del pueblo mexicano.
Arquitectura después de la Revolución
Con el movimiento armado que culminó con el régimen autoritario de Porfirio Díaz y tras un periodo de inestabilidad política y social surgió la idea de construir una nueva identidad nacional basada en la estructura arquitectónica y el urbanismo de las ciudades, distanciándose de las exuberantes obras con estilos europeos y enfocándose en un estilo neocolonial, inspirado en las construcciones edificadas durante el México colonial, incluyendo rasgos modernos y prehispánicos.
Este estilo buscaba resaltar la cultura propia de los mexicanos y promover el valor de nuestra historia, por lo que los elementos distintivos de la arquitectura colonial y prehispánica fueron los que más se adaptaron a esta idea.
Así fue como se edificaron las primeras obras basadas en esta combinación de estilos, integrando columnas en forma de serpiente, muros o texturas de piedra natural sin pintar y decoraciones de azulejo poblano.
También se integraron elementos como arcos, patios interiores, balcones y tejas de barro, distintivos de la arquitectura de la Nueva España.
Con estos elementos se construyeron desde monumentos a nuestros antepasados indígenas, iglesias, viviendas, hasta hospitales, escuelas y edificios públicos.
Una de las características más marcadas de las edificaciones posrevolucionarias es su enfoque en satisfacer las necesidades básicas de la población, a diferencia de aquellas que se erigieron durante el Porfiriato, obras que imitaban estilos extranjeros, cuya función principal era demostrar poder, progreso y estatus.
Esta combinación de estilos fue parte de un movimiento artístico y cultural conocido como nacionalismo mexicano que surgió durante la Revolución tras el derrocamiento del Porfiriato contando con figuras como José Vasconcelos y Carlos Obregón como sus principales impulsores.
Ejemplos emblemáticos de la arquitectura posrevolución
A continuación, vamos a explorar algunos de los edificios más importantes de esta etapa, distinguidos por su enfoque en la identidad nacional de México, su funcionalidad y accesibilidad para una sociedad más igualitaria.
Originalmente esta obra fue planeada e iniciada durante el Porfiriato, con el fin de funcionar como Palacio Legislativo en la Ciudad de México, pero su construcción fue abandonada debido al inicio de la Revolución.
El diseño de lo que sería la nueva sede de las cámaras de diputados y senadores fue encargado al arquitecto francés Émile Bénard, quien tenía en mente la construcción de un edificio de más de 14,000 metros cuadrados que sería uno de los palacios legislativos más grandes y lujosos del mundo, inspirado en la arquitectura del Capitolio de Estado Unidos y del Parlamento de Budapest con estética europea neoclásica.
Para 1906 dieron inicio los trabajos de cimentación utilizando tecnologías de vanguardia y la instalación de la estructura metálica de este proyecto, según indica el portal web del Monumento a la Revolución.
Posteriormente se colocó la primera piedra del edificio el 23 de noviembre de 1910, es decir, tres días después de que estallara la guerra de Revolución, dejando la obra inconclusa en 1912 por falta de recursos y tras el exilio de Porfirio Díaz.
La estructura quedó en abandono hasta que en 1922 Émile Bénard quiso rescatar su proyecto al término de la Revolución y presentó al entonces presidente, Álvaro Obregón, una propuesta para continuar con la obra y adaptarla como un panteón para los héroes de guerra. Sin embargo, tanto el presidente Obregón como el arquitecto francés murieron al poco tiempo sin poder concretar este proyecto.
En 1933, el arquitecto mexicano, Carlos Obregón Santacilia, propuso el rescate de la obra al darle un nuevo significado, destacando su valor histórico como símbolo del triunfo revolucionario, así las ruinas de lo que debió ser el Palacio Legislativo del régimen porfirista se convirtieron en el actual Monumento a la Revolución.
Este monumento fue adaptado entre 1933 y 1938 con un diseño que combinó el arte prehispánico y el cubismo, con la incorporación de elementos art déco. Cuenta con cuatro pilares que simbolizan la Independencia, las leyes de Reforma, Agrarias y Obreras.
Una de las características principales de este monumento de 67 metros de altura es su cúpula de cobre y debajo se encuentra un mausoleo con los restos de Francisco I. Madero, Pancho Villa, Venustiano Carranza, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas.
Además, actualmente el monumento alberga un museo sobre la Revolución y el público puede subir a su mirador para obtener una vista panorámica de la ciudad.
Este recinto es otra obra más del legado de Porfirio Díaz que quedó inconclusa tras el estallido de la revuelta de 1910 y que posteriormente fue retomado y terminado en la época posrevolucionaria añadiendo elementos nacionalistas.
Este edificio emblemático de la Ciudad de México, originalmente fue encargado por Porfirio Díaz para ser el nuevo Teatro Nacional al arquitecto italiano Adamo Boari, mismo que trabajó en la edificación del Palacio de Correos.
La construcción del Teatro Nacional inició en 1904 pero quedó en abandono cuando Boari se vio obligado a salir del país en 1916 a causa del conflicto revolucionario. Para ese entonces ya se había construido casi todo el exterior, excepto el recubrimiento de la cúpula, según se explica en la página oficial del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.
Fue hasta 1930, que, bajo la presidencia de Pascual Ortiz Rubio, se le encargó al arquitecto mexicano Federico E. Mariscal la conclusión del edificio, que debido a la gran inversión económica que requería, era necesario adaptarlo para ser de utilidad pública, para ese entonces tomó el nombre de Palacio de Bellas Artes y fue inaugurado en 1934.
La arquitectura del edificio corresponde a un estilo ecléctico, con elementos neoclásicos y art nouveau en su exterior, elaborados durante su construcción inicial, con un interior art déco y detalles que rinden homenaje a la cultura mexicana, los cuales fueron incorporados en la era posrevolución.
En su interior se exhiben murales de artistas nacionales, como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo.
De 2008 a 2010 se llevó a cabo la mayor restauración al recinto remodelando las plataformas del teatro y sala de espectáculos, tramoya, escenario, foso, iluminación, acústica, cabinas y butacas.
Este conjunto arquitectónico en la Ciudad de México fue una colaboración entre varios arquitectos entre los que destacan los mexicanos Mario Pani y Enrique del Moral.
Construido entre 1950 y 1952, este campus universitario se convirtió en un referente de la arquitectura moderna en América Latina, diseñado para ser la mayor casa de estudios en toda la República Mexicana durante el gobierno del presidente Miguel Alemán.
Entre los aspectos arquitectónicos de este campus destacan su planeación funcional y carácter urbano adoptando elementos nacionalistas y la integración de murales mexicanos en las fachadas de sus edificios.
El proyecto fue dividido en varias zonas distribuidas en los más de 2 millones de metros cuadrados de su superficie, entre los que se encuentran la zona escolar, área deportiva, Estadio Olímpico Universitario y servicios comunes.
Estos tres ejemplos son solo una pequeña parte de la gran cantidad de obras que se construyeron a lo largo del país durante el movimiento nacionalista en busca de reflejar una identidad propia de los mexicanos, libre de influencias extranjeras, fiel a nuestras raíces y pensadas para cumplir con funciones esenciales para la población.
Hoy en día, empresas constructoras como Global Engineering Group (GEG), continúan forjando el legado nacional del México actual mediante la adaptación de sus edificaciones a las necesidades actuales, siendo clave en el crecimiento del país con la construcción de naves industriales y edificios de uso comercial que contribuyen al desarrollo moderno y sostenible de diversas industrias.